Tradicionalmente, se ha considerado el dolor como una percepción sensitiva generada en el sistema nervioso central a partir de una lesión de los tejidos periféricos. Según este modelo existe una correlación directa y lineal entre dolor y lesión tisular. Por lo tanto, a mayor lesión tisular corresponde un dolor más intenso. Una intervención terapéutica adecuada sobre los tejidos lesionados sería suficiente para eliminar el dolor.
Sin embargo, esta situación se da sólo en algunos dolores agudos. Lo que sucede en un porcentaje elevado de pacientes es que manifiestan dolores intensos con lesiones de poca importancia; y otros con gran deterioro patológico muestran poco dolor.
Este modelo que se ha presentado es el paradigma biomédico, y ha realizado una importante contribución a la salud, sobre todo, en el tratamiento de enfermedades agudas. Aun así, su interés exclusivo en factores biológicos resulta insuficiente para el tratamiento del dolor crónico. Es imposible tratar el dolor crónico olvidándose de los aspectos de índole psicosocial.
Recordando la definición de dolor: “Una experiencia desagradable sensitiva y emocional asociada a un daño real o potencial de los tejidos o descrita en términos de dicho daño”, hay que entender el dolor en un marco que contenga tres dimensiones: Sensorial discriminativa (transmisión de la señal dolorosa al cerebro), afectiva (se le da un significado emocional al dolor) y cognitiva (implica los pensamientos y creencias que se tienen acerca del dolor).
Esto supone que el dolor se reconoce como consecuencia de la
combinación de señales biológicas, psicológicas y sociales. Esto quiere decir, que ante cualquier señal de las mencionadas, el cuerpo puede sufrir una respuesta dolorosa. Éste es el paradigma biopsicosocial.