El concepto central de esta conducta es el miedo al dolor. Ante el carácter negativo de la experiencia de dolor, es posible desarrollar dos respuestas, consideradas claramente opuestas: la confrontación, que consistirá en enfrentarse a ese miedo y exponerse al dolor, y la evitación, en la que el individuo intentará librarse de esa experiencia de dolor (escape, huída). Estas dos respuestas ante el dolor son claramente opuestas, y sus consecuencias también. La confrontación va a reducir paulatinamente el miedo al dolor, va a hacer que la persona no interrumpa su funcionamiento diario, manteniendo un buen estado físico, un buen estado de salud y una buena calidad de vida en general, que a corto-medio plazo van a paliar el propio dolor. Por su parte, la evitación va a ayudar a que se incremente.
El modelo de miedo-evitación plantea que si el dolor, posiblemente causado por una lesión, es interpretado como una amenaza (catastrofismo ante el dolor), el miedo relacionado con el dolor evoluciona y se incrementa. Esto conduce a conductas de evitación y a la hipervigilancia (atención y preocupación desmesurada) hacia las sensaciones corporales y estímulos externos, seguidas por la discapacidad, depresión y el deterioro físico. Estas consecuencias mantendrán e incluso incrementarán el dolor, lo que fomenta el círculo vicioso de creciente temor y evitación.
El modelo de miedo-evitación plantea que si el dolor, posiblemente causado por una lesión, es interpretado como una amenaza (catastrofismo ante el dolor), el miedo relacionado con el dolor evoluciona y se incrementa. Esto conduce a conductas de evitación y a la hipervigilancia (atención y preocupación desmesurada) hacia las sensaciones corporales y estímulos externos, seguidas por la discapacidad, depresión y el deterioro físico. Estas consecuencias mantendrán e incluso incrementarán el dolor, lo que fomenta el círculo vicioso de creciente temor y evitación.